"Serás como el clavel del aire que cuando el viento sopla, vuela; y cuando se calma, se posa en una rama y allí hace casa. Vivirás en todos los sitios y en ningún lado. Amarás a todos y a ninguno."

Este es mi blog de cosas maravillosas: las cosas increíbles que he visto, oído, probado, sentido, vivido, provocado, odiado, tocado, lamentado, apreciado, percibido, adivinado, olido, estimado, hallado, pensado, presagiado, sufrido, palpado, soportado, respirado y amado.


lunes, 19 de julio de 2010

La Roca y el Mar

Tengo la suerte de que me hayan mandado a trabajar a Ibiza por el verano. Así que, desde hace unos días, intento recorrer esta isla que se me aparece repleta de contradicciones y paradojas.


Por ahora, sólo quiero hablar de su mar. Ibiza es una isla encallada en el Mar Mediterráneo, cerca del continente. Geológicamente cuenta con algunos montes bajos, algunos arbustos y muchísimas calas. El agua suele ser azul o celeste con ciertos tonos turquesa o verde.

La arena varía y hay algunas que forman cierto barro que puede ser usado para ponerse en la piel (aunque en la Oficina de Turismo advierten que no es sano y que no tiene consecuencias terapéuticas sino al contrario, dañinas). El Sol pega fuerte, hace muchísimo calor y el suelo a menudo quema. Incluso a veces la toalla donde uno se recuesta quema y arde. El agua es muy salada y algunas veces deja asomarse algunos peces que nadan entre las piernas. Como es transparente, se ven a simple vista al nadar. Al contar con gafas, se puede hacer submarino en la parte más profunda y ver aún más tesoros escondidos.

Hay muchos barquitos también, veleros y pequeñas lanchitas. Aquí el Verano es Rey y el Sol es admirado tanto cuando sale como cuando decide volver a dormir. Emerge entonces la luna, misteriosa, redonda y gorda, enorme, a veces naranja, y se la ve elevarse por sobre el mar, mirándonos, recordándonos que está allí para cuidarnos y que no estamos solos.

Hay mucha gente, muchísima. Y es difícil a veces saber abrirse camino para encontrar espacios más apartados y tranquilos pero se consigue.

Hoy, en mi blog de cosas maravillosas, quiero compartir con ustedes estas vistas, esta costa donde tomo sol, estas aguas donde me baño y donde creo escuchar al Dios del Mar que me cuenta secretos. Y pienso al estar aquí, ¿cómo no hacer del Mar un dios? Increíblemente vasto y extenso, siempre el mismo, siempre distinto, siempre igual pero siempre nuevo y cambiante.

domingo, 4 de julio de 2010

El toro y el mar

LUGAR: Andalucía, la tierra de la luz.

Teníamos tres días libres. Fue el volar a Málaga, alquilar un coche y empezar a bajar bordeando la costa, visitando pueblitos de casas blancas y aroma a pescadito frito para llegar hasta Jerez y de ahí, el volver por aire a Barcelona.

Vimos mucho mar, extensísimo y eterno... vimos Mar Mediterraneo (un gran lago) y también Océano. Qué fuerza la de las aguas, qué coraje su salvaje naturaleza. La arena fina, débil, suave al tacto del pie. La costa kilométrica que se perdía a lo lejos. Y la gente con la que hablábamos, con ese acentillo andaluz que casi parece crear un idioma propio. Pero sobre todo, qué luz increíble, clara, transparente, verdadera, cálida. Luz de vida.

Buscábamos una playa salvaje. Sí, preguntamos a una señora por una playa fuera de un pueblo y dijo "si querei' algo ma'salvaje qu'esto..." y nos dio instrucciones de cómo llegar. Dejar el coche, bajar con el bolso y el equipo estrictamente necesario; toalla, cremas, agua, algo de comer. Extender los dos pareos sobre la arena y notar en el contorno: toros. Sí, aquí los toros estaban recostados sobre la arena, a orillas del mar. Allá otra manada "de pie" (¿los toros cuando están a cuatro patas están "de pie", no? ¿O acaso la categoría "estar de pie" quedá sólo reservada a los seres humanos? Claro, porque los animales no tienen pies sino patas. Estaban pues "de patas"). A otro lado, pájaros negros. Y el mar que rugía y rugía. Y el sol que nos quemaba la cara y nos aseguraba que valía la pena la vida.

Me dormí bajo el calorcito y en mi sueño vi toros voladores, toros que corrían sobre olas y mares de arena y sal en vez de agua. Vi escaleras de nube y cielos de mares y creía ver vacas que bajaban directo desde el Sol.

Al despertar, fue el volver al coche. El andar un poco más mirando el mar desde dentro y luego el llegar a un barcito cerca de la costa: comer pescadito frito y vino. Luego ensaladas frescas y, para terminar, helado.

Entonces, mi compañero de viaje y ruta me dijo: "no eran toros, eran vacas. Por eso no tuve miedo aunque mi pareo era rojo". (¿Los toros son daltónicos?).

Yo sonreí recordando mis sueños.